Vivimos rodeados de las falacias que nos dispara cotidianamente el gobierno. Quedaron atrás la espera del segundo trimestre, la de que ahora sí en el segundo semestre, la de que al año que viene ya estamos, y tantas otras ficciones.
Los brotes verdes hicieron historia! Las mil formas del “derrame” de la bonanza, plasmadas (de nuevo!) en “tenemos que hacer el esfuerzo ahora para sacar adelante la Argentina”. No dicen que los que tenemos que hacer el esfuerzo somos los mismos de siempre y que los que salen adelante también son los mismos de siempre. Y que el único derrame que ocurre es cuando las organizaciones populares patean la base de la copa.
Esas ficciones mantienen en su centro el tradicional esquema de ajuste, depredación y saqueo que cae sobre nuestro pueblo. Y un eje central del esquema es la destrucción industrial. La destrucción del aparato productivo y el viraje al esquema de negocios tiene base en diversos elementos. Uno muy importante es la instalación y consolidación del modelo de precariedad laboral. La precariedad laboral, lejos de ser un elemento superficial del modelo, un “efecto secundario”, los “daños colaterales”, es el núcleo duro del mercado de trabajo, su eje constitutivo.
Cabe hacer referencia aquí al importante debate sobre “El futuro del trabajo” que, impulsado por la OIT, se está desarrollando en ocasión de conmemorarse, próximamente, el centenario de ese organismo. Participamos como organización en ese debate, cuya importancia es innegable, pero también advertimos sobre los embates para instalar, -falazmente-, las modernas formas de precariedad laboral como resultado del advenimiento del “futuro del trabajo”. Muy por el contrario, lejos de obedecer a la incorporación de tecnologías ultra-innovadoras, responden al viejo proceso de precarización laboral, tan caro a los explotadores de siempre, a quienes viene como anillo al dedo la instalación del debate sobre el “futuro del trabajo” para la justificación ideológica, a través de aquella ficción, de la persistencia hoy, de la precariedad laboral.
También en el campo popular hemos tenido nuestros mitos. Basados en un pujante desarrollo industrial de otros tiempos, hemos mantenido el mito del “país industrial”, organizado en torno a la producción de grandes empresas.
Hoy en día ese mito propio tiene poco sustento dado que las grandes empresas (sin perder el valor estratégico que tienen) abarcan una porción mínima de trabajadores, estando la mayoría en pequeños y a lo sumo medianos establecimientos, y que, lejos de ser industriales en su mayoría están en otras actividades económicas.
Esas características no implican considerar secundario el rol de la industria en la actualidad. Su valor estratégico y la proyección a futuro que en un país más justo debería recuperar, hace que sea un objetivo fundamental su defensa frente a los embates que el núcleo de poder gubernamental está descargando sobre ella.
La imagen del embate se lee nítidamente en el informe de la Onudi, que señala a Argentina como el país de mayor decrecimiento industrial del mundo en 2018, haciendo pelotón con países como Kazajistan, Malta y Burundi.
Pero este descenso no es una caída homogénea, concentrada en un solo valor. Muy por el contrario, de las características de su heterogeneidad, puede leerse nítidamente la matriz de la destrucción.
Esta matriz se evidencia en el descenso sostenido en prácticamente todos los rubros, pero profundizando el análisis siguiendo la magnitud de la destrucción, se pueden distinguir cuatro bloques diferenciados. Los mismos pueden identificarse agrupados como:
1) Automotores y otros equipos de transporte: Equipos, aparatos e instrumentos Productos de metal, maquinarias y equipo Minerales no metálicos y metálicas básicas.
2) Muebles y otras industrias manufactureras Textiles, prendas de vestir, cuero y calzado
3) Refinación del petróleo, químicos, productos de caucho y plástico Madera, papel, edición, impresión
4) Alimentos, bebidas y tabaco
El primer grupo remite al núcleo duro que sostiene la actividad económica, la infraestructura básica para la producción del resto del aparato productivo. Un dato significativo de la matriz de destrucción es que es el grupo que presenta el descenso más intenso, con las obvias consecuencias que esto produce para el resto de las actividades.
El grupo se ve afectado por todos los determinantes. En el caso de los automóviles, por la baja de la demanda externa pero más intensamente de la interna, por lo que las plantas de fabricación ya están operando con la consabida grilla que va desde las vacaciones obligadas y las suspensiones, hasta los despidos. Esto incluye, además de automóviles, también carrocerías y remolques.
La baja en los otros equipos de transporte está centrada en la baja en la construcción y reparación de aviones, de buques (astilleros) y de ferrocarriles.
Aún más intensa es la caída de la producción de motocicletas, abriendo con ello la afectación de los consumos populares. En efecto, la motocicleta es un medio de transporte intensamente utilizado en sectores populares como herramienta para el trabajo, así como para los desplazamientos laborales y domésticos.
Los productos de metal, maquinarias y equipo se vieron disminuidos por la menor demanda de maquinaria agrícola (tractores, sembradoras, cosechadoras, etc.) en la faz productiva y en aparatos de uso doméstico: cocinas, heladeras, lavarropas, freezers, expresando también la merma en los consumos populares de sectores que alcanzarían cierto bienestar básico en sus condiciones de vida.
La producción metálica básica, a través de la caída de la industria siderúrgica, afecta directamente a la construcción, a través de la merma de la producción de aceros y hierros redondos principalmente. Por otra parte, la baja de la producción de laminado en caliente afecta directamente la fabricación de automotores y maquinarias, pero también la de electrodomésticos. Sólo se mantiene la demanda de aquellos productos, por parte de las actividades extractivas de gas y petróleo. También cae la producción de envases, dada la baja de la demanda en múltiples sectores.
La baja en la producción de minerales no metálicos, -al igual que la de la industria metálica-, interacciona directamente con la construcción a través de la merma de la producción de cemento, cal, arcilla, cerámica y vidrio frente al parate de las obras tanto públicas como privadas.
El segundo grupo recortado afecta directamente los consumos populares, sin intermediaciones. Así, son menos demandados los muebles y colchones y muy particularmente se compran muchísimo menos juguetes, lo cual marca un hito muy significativo en los sectores sociales que antes alcanzaban a cubrir esta necesidad de niños y niñas. Se reducen los productos textiles, especialmente el hilado de algodón, dada la menor demanda de los fabricantes de ropa y decrece la fabricación de calzado de cuero.
El tercer conjunto definido muestra bajas diferenciadas. Por un lado, en el rubro refinación de petróleo, químicos, etc. se identifica una merma en la producción de biodiesel por menor demanda exterior, pero esta se ve acompañada por una reducción en la producción de jabones, detergentes y productos de aseo personal, asociado con el menor consumo de los mismos en la población. De manera transversal a diferentes requerimientos (por ejemplo de publicidad de productos de diversas industrias, envases, etc.), también cae la producción de papel y las ediciones. Estas últimas, en conjunto con la caída en la impresión de libros, muestra también las restricciones de los consumos populares.
El cuarto grupo identificado implica la reducción lisa y llana de los principales consumos necesarios para la supervivencia. De hecho, la mayor caída se centra en los productos lácteos, principalmente la leche. En síntesis, la matriz de la destrucción muestra un patrón distante de una crisis circunstancial y pasajera.
Los determinantes son diversos, y tienen que ver tanto con la demanda externa como con la interna. Y cuando se dice demanda interna se hace referencia a la de las empresas, en demanda de insumos para la producción propia, mecanismo muy mellado en la coyuntura, como se ejemplificó en la descripción de los grupos.
Pero también se está haciendo referencia a la degradación de la producción de consumos populares, debida al brutal empobrecimiento de nuestro pueblo, -recientemente evidenciado a través de las estadísticas públicas de Pobreza e Indigencia-, que no alcanza a cubrir, ni por lejos, sus necesidades esenciales para vivir.
A partir de una estrategia oficial claramente orientada a otros fines, no se está fortaleciendo el aparato productivo en su estructura básica, operándose, por el contrario, la destrucción de su entramado, cuya estructura será muy difícil de recuperar.
Complemento necesario de esa situación, es la gran cantidad de trabajadores y trabajadoras que están siendo expulsados/as de la inserción orgánica en empresas productivas, y aún aquellos/as que se mantienen dentro de puestos de trabajo sobrevivientes, se ven afectados/as por cuantiosas pérdidas salariales. Este hecho, además de contener gravísimos costos sociales, realimenta el modelo a través de la merma en los consumos populares. Y aquí ya no se está hablando de la fabricación de un tractor o un barco, sino de la leche, los zapatos o los juguetes.
*Por Cynthia Pok, Secretaria de Formación y Estadística de la CTA Nacional