Tanto desde los gestos, el simbolismo y los discursos, como en la realidad material, el MERCOSUR vive un retroceso. Pero este no se debe tanto a las limitaciones de un modelo de desarrollo económico, político, social y cultural como a los ataques autoinflingidos por sus miembros más importantes.
El cambio de signo político de los gobiernos de Argentina primero, Paraguay más tarde y Brasil recientemente, enmarcado en una ola regresiva en el Cono Sur y América Latina, ha significado la puesta en marcha de un proyecto político y económico disruptivo para el espíritu y las bases que cimentan el Mercado Común del Sur -no sólo a facilitar el comercio e intercambio de bienes y servicios, sino la integración en sentido pleno, la libre circulación de personas, el intercambio cultural y la complementariedad productiva-.
Desde que accedió al puesto de primer mandatario, Mauricio Macri y ya durante su campaña presidencial, Jair Bolsonaro, han recalcado en sus dichos la necesidad de “modernizar” y “flexibilizar” el bloque, arguyendo que los altos aranceles junto con una política en general proteccionista hacia los mercados internos han causado el aislamiento del MERCOSUR frente a las oportunidades que ofrece el flujo del comercio internacional en los mercados europeos, asiáticos y norteamericanos.
Durante el mandato del usurpador Michel Temer en Brasil, Macri lideró las conversaciones con Uruguay y Paraguay para darle aire a las históricamente atascadas negociaciones para un acuerdo de libre comercio entre MERCOSUR y la Unión Europea. El proteccionismo tan menospreciado por el gobierno de Macri fue justamente el que trabó las negociaciones fundamentalmente por los intereses del sector agricultor de Europa, en especial en Francia.
Finalmente, luego de dos años de intentos frustrados, durante su visita a Brasilia, Macri -que ve el acuerdo con el bloque europeo como una victoria pírrica de su política exterior- consiguió la anuencia de Bolsonaro para echar a rodar nuevamente las negociaciones bajo la retórica de la necesidad imperiosa de “modernizar” el MERCOSUR, que significa esencialmente flexibilizar tasas aduaneras para acelerar la apertura comercial y empujar una modificación normativa que admita la negociación de los Estados Parte con terceros de forma individual y no coordinada -en flagrante violación de los tratados fundacionales del bloque-. Esta propuesta de “salvataje” del MERCOSUR probablemente haya sido la palanca para encontrar eco en Paulo Guedes, el Chicago boy que asumió la cartera de economía de la gestión Bolsonaro y que antes de llegar al gobierno declaró abiertamente la necesidad de “dinamitar” el MERCOSUR. Así se pudo ver reflejado este entusiasmo en la tímida y apocada aparición pública de Bolsonaro en el Foro Económico de Davos. De todas maneras, la inminente cercanía de las elecciones europeas en mayo obliga a paralizar cualquier compromiso a futuro hasta pasado ese hito.
Paralelamente y en clara sintonía con los gobiernos neoliberales de Perú, Colombia y Chile, el MERCOSUR buscó acercarse a la Alianza al Pacífico, una entidad dominada por la ideología del librecambio económico y cuya preocupación por la integración regional ha sido escasa.
Por otra parte, no podemos olvidar la marginación solapada y lenta al estatus de Bolivia dentro del bloque durante los últimos años, que contrasta con la evidente y bochornosa suspensión de Venezuela como miembro pleno, puntapié de una campaña internacional guiada por el gigante de Norteamérica y ejecutada cuidadosamente por Almagro en la OEA, Piñera, Macri y Bolsonaro en sus respectivas patrias, para desestabilizar desde todas las instancias multilaterales posibles al gobierno chavista. Este ha sido uno de los hilos conductores de un discurso más amplio en el que UNASUR y MERCOSUR –o al menos lo que representó este último durante la diez años anteriores- son señalados con el dedo por los gobiernos de derecha de la región como indeseables productos “ideológicos” de los que debemos ahora desembarazarnos para alcanzar una promesa de desarrollo que nunca llega.
De esta manera es que políticas públicas transfronterizas alcanzadas previamente luego del consenso entre los Estados Parte como son la garantía al derecho de libre circulación de personas, la unificación de aportes y cotizaciones realizados a la Seguridad Social de los trabajadores migrantes para su jubilación o la Declaración Sociolaboral -que asegura la igualdad de derechos, trato y oportunidad para los trabajadores en todo el bloque-, hoy corren el riesgo de ser mera letra muerta por corresponder con las aspiraciones “ideológicas” de los gobiernos que pasaron.
Llegado este punto, podemos decir que el MERCOSUR se ve envuelto hoy en un proyecto de franca desintegración regional, donde el foco está más orientado al librecambio de bienes y servicios a cualquier precio que a la libre circulación de personas, el bienestar del pueblo y el intercambio cultural, así como la cooperación política. Si queda alguna duda, recientemente Bolsonaro anunció que dejará de imprimir el logo del bloque sudamericano en el frente de los nuevos pasaportes brasileños y en su lugar volverá a usar el escudo del país…
No obstante, Argentina, Bolivia, El Salvador, Honduras, Guatemala y Uruguay tendrán durante este año elecciones para dirimir sus nuevos primeros mandatarios. Estos comicios pueden ser la llave que contenga la oleada regresiva que vive América Latina toda. Nuestros esfuerzos deberán estar depositados allí para aprovechar esta ventana y fortalecer opciones de gobierno progresistas y populares, que impidan que en la región se levanten más muros y devuelvan el sentido pleno a la palabra integración, a la vez que la estrechen al desarrollo inclusivo y con justicia social para todos y todas.
*Por Gonzalo Manzullo, Director Relaciones Internacionales de la CTA Nacional