La abrumadora victoria del ultraderechista Jair Messias Bolsonaro (46%) lo posiciona como firme candidato para la segunda vuelta del 28 de octubre frente a Fernando Haddad (29,3%). Cómo un discurso fascista y antidemocrático puso en jaque la democracia brasileña. La opinión de Mariano Vazquez y Martín Schapiro.
Los 49 millones de votos (46,23% del total) cosechados por Jair Bolsonaro excedieron con creces cualquier expectativa ultraderechista y convirtió la primera vuelta de las presidenciales brasileñas en una pesadilla democrática. Así, el candidato más polémico se convirtió en principal aspirante a conducir por cuatro años los destinos del gigante sudamericano.
“Brasil llegó a un punto en el que puede pasar cualquier cosa porque hay un descrédito enorme del universo político: los partidos, los dirigentes y las instituciones, sobretodo el Parlamento”, había anticipado en diálogo con Canal Abierto el máximo referente de los Derechos Humanos, Jair Krischke.
De concretarse este escenario, el 28 de octubre Bolsonaro se sumaría al giro continental hacia la derecha que ya tiene en su haber a Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile, Mario Abdo Benítez en Paraguay e Iván Duque en Colombia. Y aunque los casos de esta reconfiguración política e ideológica son diversos y no lineales, sí tienen puntos de contacto: en su gran mayoría se apoyaron en discursos anti sistema, vacíos de política, que pretenden exaltar la frustración popular respecto de gobiernos progresista de la década pasada.
Pese a que sostiene una diputación desde el año 1991, el principal enfoque de campaña de Bolsonaro fue el desprestigio de la casta política que integra. En este sentido, resulta llamativo que, de cara a la segunda vuelta, la disputa se pueda dirimir fundamentalmente en el nivel de rechazo ante ambos contrincantes. Aunque ganador en primera vuelta, según las encuestas, sería el propio Bolsonaro quien encabeza el ranking de resistidos, seguido por Haddad.
Al igual que el macrismo y su estrategia discursiva de apelación constante a la herencia y figura de Cristina Kirchner, el ultraderechista brasileño construyó su sustento electoral a base de ataques contra el Partido de los Trabajadores (PT), Lula y su delfín Fernando Haddad, y lo que identifica como toda la casta política de su país.
“Gran parte del votante de Bolsonaro es sobre todo anti PT, y todo lo que para cada uno de esos votantes representa, sean construcciones verídicas o no: el comunismo, la corrupción, la responsabilidad por la crisis económica, el “cuco” de una supuesta expansión del chavismo, etc.”, explica a Canal Abierto el abogado y analista internacional, Martín Schapiro.
Que un candidato se edifique a partir de la crítica para con otro espacio sin propuestas propias no es algo novedoso, mucho menos en nuestra región. No obstante, no deja de resultar llamativa la virulencia de los enunciados a los que se apela. “El mensaje de Bolsonaro es de una violencia inusual: sus ideas ultra liberales en lo económico se mezclan con pretensiones de privatización de empresas públicas, la defensa de la tortura, la reivindicación de la dictadura (llegó a decir “para resolver los problemas de Brasil hay que matar 30 mil personas”), la imposición de la instrucción religiosa en las escuelas, la supresión de derechos de las minorías, el ataque al chavismo, su virulento anticomunismo, un discurso misógino, homofóbico y machista”, cuenta Mariano Vázquez, periodista y especialista en asuntos internacionales que se encuentran en San Pablo cubriendo los comicios.
Más allá de las interpretaciones o lecturas, la única realidad es que dentro de veinte días los brasileños volverán a las urnas para elegir presidente y, en muchas provincias, gobernador. Según analistas, el escenario que se presenta es más que complejo para las aspiraciones de Haddad y el centro y centroizquierda. Los antecedentes van en la misma línea: desde la reforma constitucional de 1988, siempre ganó el ballotage el candidato que obtuvo más votos en primera instancia.
Sin embargo, en un intento por evitar caer en el pesimismo, desde PT dan por descontado el traspaso directo del 12,5% de los votos obtenidos por el candidato de centro izquierda, Ciro Gomes, y aspiran a acumular una porción de los 29,9 millones de empadronados que no acudieron el domingo pasado (hubo una abstención del 20,3%).
Si bien a esta altura parecería un escenario utópico, el pueblo brasileño todavía está a tiempo de evitar la entronización de un personaje fascista como Bolsonaro, lo que significaría una catástrofe para la nación. No obstante así lo hiciera, la elección de ayer ya representa una herida abierta que habla a las claras de la democracia de baja intensidad que atraviesa la región.