Vivimos en tiempos complejos, cargados de incertidumbre, con información sesgada e interesada, donde el temor a una guerra mundial se entremezcla con la esperanza de una América Latina que da batalla por ser tierra de paz.
Por Adolfo Aguirre*
La invasión de Rusia a Ucrania ha mostrado la facilidad con la que se piensa en términos de buenos y malos, en elegir bandos y hasta en exaltar la guerra. Por principios no dudo que la clase trabajadora es pacifista. Por eso, destaco la declaración que federaciones y sindicatos obreros de la industria de toda América Latina, entre ellas la Coordinación Nacional de Trabajadoras/es de la Industria (CNTI-CTAA), “por la vida, contra la muerte construyamos un mundo para todos y todas y con todas y todos”.
“La guerra es una opción inaceptable para resolver conflictos diplomáticos o comerciales y, en última instancia, penaliza a los más pobres, trae destrucción masiva y aumenta el sufrimiento y el dolor a nivel mundial. La presencia de una lógica imperial decadente obturó una solución histórica y geopolíticamente viable. Las fuerzas de la OTAN no deben avanzar más allá de los confines de la Alemania unificada. Condenamos igualmente la operación militar de Rusia en Ucrania. Abogamos por una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU para garantizar la paz en el mundo. Hacemos un llamado a los trabajadores del mundo para que luchen juntos contra los gobiernos belicistas y autoritarios”. Este es el resumen de la declaración de estas organizaciones nucleadas en la Federación Global de la Industria (IndustriAll), que considero que aporta una visión sensata sobre esta crisis.
La OTAN es una alianza militar hostil que tiene 30 miembros, la mitad de ellos se incorporaron en las últimas tres décadas y mayoritariamente son países que fueron parte de la URSS. Esto demuestra las intenciones de Estados Unidos de cercar militarmente a Rusia. Un acto de una irresponsabilidad suprema que pone al mundo en el riesgo de una tercera guerra mundial.
Esta situación mundial nos obliga a redoblar los esfuerzos por la paz. Al respecto, el discurso de Jean-Luc Melenchon, en el debate de la Asamblea Nacional de Francia sobre la guerra en Ucrania, el 1 de marzo de 2022 es aleccionador: “La amenaza que encierra esta invasión es la de una guerra mundial total. Y eso lo convierte en un crimen contra el interés humano general de nuestro tiempo. El gobierno del Sr. Putin tiene toda la responsabilidad por esto. Por frustrante que sea, la alternativa sigue siendo sencilla: o la diplomacia o la guerra total. Todo debe ir a la diplomacia y nada -por poco que sea- a la guerra. La desnuclearización del mundo debe volver a ser un objetivo concreto de nuestra diplomacia. (Defendemos) la salida de la OTAN, una organización ineficaz, que contribuye a las tensiones bélicas de nuestro continente por su afán de expansión”.
Aunque parezca que todo esto queda lejos, no debemos olvidar que Colombia, país que alberga bases militares de Estados Unidos, ingresó en 2018 a la OTAN como «socio global». Un acto deplorable que rompe los principios de la Celac que declara a nuestro continente como «zona de paz». Esta adhesión que promovió el bloque autoritario de Uribe y Duque permite maniobras militares extranjeras. La ubicación geoestratégica de Colombia muestra la gravedad de esta presencia.
Por eso resulta tan importante la victoria del Pacto Histórico en las elecciones parlamentarias del domingo 13 y la confirmación de Gustavo Petro, con una participación abrumadora de votantes, como candidato de la izquierda para las presidenciales del 29 de mayo, que pueden marcar una victoria histórica y un cambio de rumbo de un país gobernado a lo largo de sus historia por las elites. Ese cambio de rumbo puede complementarse con la victoria de Lula en Brasil en los comicios del 2 de octubre. Serían dos datos de mucho alcance para Sudamérica.
La experiencia nos muestra que la derecha, peón de los intereses de Estados Unidos, no vacila en avalar la entrega de los recursos naturales y de los derechos de la clase trabajadora para satisfacer los intereses dominantes al interior y exterior de sus fronteras. Lo demuestran los bloqueos y ataques contra Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Este marco de situación nos lleva a celebrar la histórica asunción el 11 de marzo de Gabriel Boric a la presidencia de Chile, el más joven y el más votado de la historia, que mostró su sensibilidad hacia el pueblo humilde, el mismo es un emergente de la lucha estudiantil universitaria por la gratuidad. Dos años de lucha en las calles contra el ajuste de Sebastián Piñera, dieron paso a las mayorías populares históricamente relegadas. Hoy el país escribe una nueva Constitución de la mano de una Asamblea Constituyente nacida del pueblo. Nos renueva también la esperanza de un proyecto político mancomunado que, por ejemplo, avance en la industrialización del litio en origen, con la posibilidad de avanzar en una empresa trinacional entre los países del Triángulo del Litio (Argentina, Bolivia y Chile), que sería una gran iniciativa y un proyecto de desarrollo de características históricas para nuestra región. Perú también puede ser parte, pero nos preocupa la constante desestabilización a la que la derecha somete al presidente Pedro Castillo, que aún no ha cumplido ni ocho meses de mandato pero que es constantemente atacado y su gobierno saboteado. La reciente noticia de que el Congreso de Perú decidió admitir a trámite la moción de vacancia por incapacidad moral es una nueva muestra de que los reaccionarios no aceptan aún la victoria de maestro rural, campesino e indígena. Esto ya se parece demasiado a un golpe de Estado, al estilo parlamentario como el que perpetraron contra Dilma Rousseff en el 2016.
Desde la clase que mueve al mundo, desde la clase trabajadora debemos hablar fuerte y claro: las posiciones belicistas se multiplican al calor de los acontecimientos, estas posturas dividen y socavan los proyectos populares. Debemos avanzar en unidad con posiciones políticas que marquen claramente un camino de paz, tolerancia y respeto, pero con justicia social, inclusión, trabajo digno y bienestar.
*Secretario de Relaciones Internacionales de la CTA-Autónoma y Coordinador Nacional de la CNTI.