*Por Adolfo Aguirre, Secretario de Relaciones Internacionales de la CTA Autónoma
El 3 de noviembre habrá elecciones en Estados Unidos y gane quien gane no se producirán cambios sustanciales en las relaciones entre Washington y la región. Donald Trump ha profundizado sus alianzas con gobiernos ultraderechistas y ha atacado con fuerza a Venezuela y Cuba. Nuestro rol es la integración para que esta parte del mundo sea zona de paz.
Si Trump accediera a un segundo mandato continuará las políticas injerencistas, las sanciones y bloqueos contra Venezuela, Cuba y Nicaragua y potenciará las relaciones, sobre todo personales, con presidentes de ultraderecha como Jair Bolsonaro de Brasil, Iván Duque de Colombia y Sebastián Piñera de Chile. En tanto que el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden prometió salir de estas políticas. Seguramente restablecerá el diálogo diplomático con La Habana. No olvidemos que él fue vicepresidente de Barack Obama, cuando este inició en 2015-2016 un acercamiento sin precedentes con visita a la Isla incluida.
América Latina y el Caribe es un territorio en disputa. Las grandes potencias quieren sus recursos naturales por eso Trump ha iniciado una era de hostilidades con China, una disputa comercial sin precedentes que ha dado inicio a una nueva Guerra Fría.
El presidente más controvertido de la historia de Estados Unidos busca impedir la cada vez más decisiva presencia de China en nuestra región mediante aranceles, guerra comercial y ataques verbales. También con la decisión de imponer en la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a un estadounidense, algo que jamás había ocurrido antes. Esto busca contrarrestar la fuerte presencia de Pekin en el continente que invierte cada vez más, sobre todo en infraestructura. El hito de esta pelea de gigantes fue por la red 5G de Huawei, la compañía china que desató una guerra por su dominio tecnológico a nivel mundial.
Sumado a esto la pandemia de Covid-19 ha generado los mayores impactos socioeconómicos de los últimos cien años. La pobreza, la indigencia, el desempleo, la marginalidad han aumentado de manera preocupante y sin políticas progresivas tardaremos años en recuperarnos. En Estados Unidos, la pésima gestión de Trump ha hecho estragos ya que tiene el 20 % de los contagios y muertes todo el mundo. Supera los 9 millones de infectados y unos 230.000 han fallecido.
Este panorama nos lleva a la necesidad de mejorar la democracia, la integración y la autodeterminación de los pueblos. Estamos disputando el sentido en una sociedad mundial que pretende instaurar una etapa de regresión de derechos. Por eso, América Latina y el Caribe, sobre todo a la sombra de la primera potencia mundial y nuclear del planeta debe profundizar su apuesta por ser un territorio de paz. Además, este año se cumplieron 101 años del surgimiento de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y como nunca antes en la historia está en peligro el derecho a huelga y todas las conquistas obtenidas por la clase trabajadora. A globalización de las economías, le opondremos globalización de las luchas obreras.
Amenazas autoritarias como la de Trump, Bolsonaro, Duque o Piñera nos obligan a ampliar alianzas para preservar lo conquistado y, aunque parezca utópico, avanzar en más derechos. Esta es una enseñanza que dejan las victorias populares en Bolivia y Chile y en lo que resta del año y en 2021 habrá 10 elecciones en la región que pueden ser claves para recuperar el sesgo progresista. Perú, Chile, Ecuador, Honduras, Nicaragua elegirán presidente.
El nuevo orden mundial, agudizado por la pandemia pretende romper el pacto de convivencia mundial que se edificó tras el fin de la Segunda Guerra mundial. Evitarlo ese es el gran desafío de la hora. No es tan lejana en el tiempo la declaración de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) durante la II Cumbre en La Habana cuando los presidentes reclamaron un proceso de integración regional. Fue en 2014 cuando Raúl Castro leyó la declaración que proclamaba a “América Latina y el Caribe como Zona de Paz basada en el respeto de los principios y normas del Derecho Internacional, incluyendo los instrumentos internacionales de los que los Estados miembros son parte, y los Principios y Propósitos de la Carta de las Naciones Unidas”; el “compromiso permanente con la solución pacífica de controversias a fin de desterrar para siempre el uso y la amenaza del uso de la fuerza de nuestra región”; el “compromiso de los Estados de la región con el estricto cumplimiento de su obligación de no intervenir, directa o indirectamente, en los asuntos internos de cualquier otro Estado y observar los principios de soberanía nacional, la igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos; el “compromiso de los pueblos de América Latina y el Caribe de fomentar las relaciones de amistad y de cooperación entre sí y con otras naciones, independientemente de las diferencias existentes entre sus sistemas políticos, económicos y sociales o sus niveles de desarrollo; de practicar la tolerancia y convivir en paz como buenos vecinos”.
Este es el horizonte al que aspiramos. A la paz y a la integración. La estrategia unilateral de coerción y ataque económico con sanciones arancelarias y embargo de bienes utilizadas por Estados Unidos atentan contra estos principios. Sabemos que estamos en un territorio en disputa, por eso la clase trabajadora disputa sentido y exige el derecho a elegir su propio destino sin ser botín de reyertas interimperialistas.