En el siglo XVIII nuestros libertadores soñaron futuros de unidad para nuestra América. Con distintos formatos y estructuras la Patria Grande era un anhelo común.
En el siglo XVIII nuestros libertadores soñaron futuros de unidad para nuestra América. Con distintos formatos y estructuras la Patria Grande era un anhelo común de José de San Martín, Simón Bolivar, José Martí, Francisco de Morazán o José Gervasio Artigas, a lo que podemos sumar la impronta de la revolución de los esclavos en Haití en 1804, la primera gesta independentista de nuestro continente.
Este cierre de año nos encuentra con un continente más homogéneo: gobiernos diferentes pero con ciertos horizontes comunes. También pueblos conscientes de que el mundo corre al filo de la navaja, de que la crisis puede tocar estas orillas y de manera peligrosa. Por eso la pelea por un mundo mejor, donde una justa distribución de la riqueza sea una realidad está sostenida en los movimientos sociales y en la clase trabajadora, que ha hecho de América Latina un espacio donde forjar otras formas de integración.
La dinámica latinoamericana de la última década, a la que se llegó luego de la lucha persistente de los movimientos sociales y obreros contra los modelos neoliberales y las dictaduras, que fueron el signo de época por tres décadas en la región, propició el nacimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), que plantea un bloque soberanístico, y que no incluye a Estados Unidos y Canadá.
La CELAC quedó constituida el 2 y 3 de diciembre en Caracas y, al igual, que el surgimiento de la Unasur, abre una abanico de posibilidades interesantes para nuestros países. Si realmente puede actuar como bloque, privilegiando la integración regional, superando las asimetrías e incorporando a las mayorías desclasadas a un universo de derechos, estaríamos hablando de un hito para nuestra historia de colonialismo y neocolonialismo.
La palabra clave es “soberanía”, porque si a números nos referimos, este gigante continental puede hablar de tu a tu con cualquier bloque económico del mundo. En estos suelos están las mayores reservas petroleras, eléctricas, acuíferas y alimentarias del planeta. Por eso si se garantiza la soberanía material, ambiental y alimentaria, estaríamos hablando del salto cualitativo más alto de la historia de América latina.
Hoy conviven en nuestra región unas 30 de formas de alianzas regionales diversas, como el Mercosur, Unasur, ALBA, CAN, SICA, AEC, el Grupo Río, que se creó en Brasil en 1986 en el marco de la recuperación de nuestras democracias luego de la larga noche del terrorismo de Estado y los planes Condor y Charlie (la colaboración entre los ejércitos del cono sur, en el primer caso, y de centroamérica, en el segundo, para torturar, mata y secuestrar) y es un antecedente necesario y vital para la CELAC. Los trabajadores también tenemos nuestros espacios de integración y convivencia: la CCSCS, la CSA, FSM, ESNA, y es necesario vincularnos estrechamente con el nuevo organismo creado estos días, y no reproducir los esquemas de Unasur y Mercosur, donde el rol de los trabajadores y movimientos sociales es más de espectadores, que de partícipes necesarios.
El punto 22 de la declaración constitutiva de la CELAC pondera “la diversidad en los procesos de formación de la identidad latinoamericana y caribeña”, y reivindica este espacio como defensor del “derecho a la existencia, preservación y convivencia de todas las culturas, razas y etnias que habitan en los países de la región, así como el carácter multicultural de nuestros pueblos, y plurinacional de algunos de nuestros países en especial de las comunidades originarias que promueven y recreen la memoria histórica, los saberes y los conocimientos ancestrales”.
Hay desafíos de identidad: los trabajadores siempre hemos protagonizado la construcción de la Patria Grande en las historias de cada uno de los países, somos sujetos protagónicos de la historia, en la resistencia y en la propuesta. Este tiempo, justamente, es para materializar en la economía real y ser protagonistas de la lucha por los derechos y que no sean los gobiernos, muchas veces en alianza con sectores empresarios quienes deciden que se hace, quienes pueden ser parte y quienes quedan afuera.
El esquema de democracia participativa debe enlazarse con temas vinculante, con la consulta a los pueblos.
Surgen muchas preguntas: ¿Qué capacidad tendrá la CELAC para frenar la presión especulativa de las empresa mutinacionales y los sectores concentrados de la economía? ¿Cómo se consensuará en momentos en que el mundo discute las derivaciones del cambio climático, la idea de una transición justa en materia del derecho al desarrollo industrial y tecnológico con cuidado del impacto ambiental, en tanto los países centrales deben ser quienes asuman los costos del deterioro producido por la voracidad de su expansión?. ¿Cómo garantizar la soberanía alimentaria de una región que puede producir alimentos a escala mundial y, a la vez, atacar la especulación financiera en el sector de los commodities y asegurar la buena alimentación de sus pueblos?
San Martín y Bolivar pensaron una confederación de países de Sudamérica; Artigas forjó la Liga de los Pueblos Libres; Martí proclamó la unión de los pueblos desde el sur del Río Bravo hasta Usuhaia, Morazán gobernó la República Federal de Centro América; y la revolución haitiana marcó el camino de la igualdad. Son precedentes necesarios para CELAC, su razón de ser.
(Adolfo Aguirre: 05.12.2011)