Efecto Paraguay

La posición que hemos tenido desde la Central de Trabajadores de la Argentina respecto al golpe de Estado en Paraguay fue inmediata y contundente: este es un golpe que no puede pasar.

La posición que hemos tenido desde la Central de Trabajadores de la Argentina respecto al golpe de Estado en Paraguay fue inmediata y contundente: este es un golpe que no puede pasar, es imprescindible ponerle un freno al nuevo modus operandi de la derecha del siglo XXI que corroe la institucionalidad democrática devenida de una historia de sacrificio y luchas, que costaron la vida de compañeros y compañeras del campo popular en nuestro país y en toda la región.

El hecho de que esta modalidad haya recorrido un camino que pronto llegó al Cono Sur es una señal especialmente alarmante respecto a los alcances de las viejas formas de concentración de poder económico que logran tomar las herramientas que les son necesarias para perpetuarse. Por eso, ante la emergencia, las organizaciones regionales desde la gran familia de la CELAC hasta los hermanos cercanos del MERCOSUR tienen un papel clave en la reacción y activación de todo tipo de iniciativas que lleven a revertir la emboscada.

Pero el caso paraguayo nos empuja a dos reflexiones distintas y relacionadas. La primera es la certeza de que la existencia de gobiernos progresistas es una condición importante pero no suficiente para poner el peso que equilibre la balanza distributiva, lo que es parecido a corroborar que tener el gobierno no es lo mismo que tener el poder. El auge de los gobiernos progresistas en la región dio un marco de posibilidad para la profundización de la democracia, no solo como consigna sino en políticas de Estado dirigidas a subsanar la brecha entre los que más tienen y quienes no tienen nada. Así, con una disputa de intereses permanente dentro de cada complejo estatal, muchas de las políticas públicas dieron cuenta del estallido del consenso neoliberal y su evidente fracaso en términos de la vida y la dignidad de los pueblos.

Sin embargo, y esta es la segunda de las reflexiones, lo que hay para repartir es el dinero que resulta de una economía regional cuya columna vertebral es el modelo extractivista y primario que se sustenta en balanzas superavitarias dadas por el precio internacional de las commodities. Y sumando dos más dos, resulta difícil pensar que los dueños nacionales y extranjeros del agronegocio quieran financiar una reforma agraria. Y lo mismo puede deducirse de cualquiera de los grandes propietarios de la renta regional.

Por eso, es necesario que la voluntad popular no sea solo representada en el voto sino en construcciones organizativas solidas y con capacidad de disputa, y una base programática sostenida en el tiempo, sin quedar diluidas en un apoyo acrítico a las necesidades negociadoras de los gobiernos. Porque Lugo ganó por una historia personal de construcción en el territorio y un programa de gobierno que levantaba reivindicaciones que suscitaron el apoyo de los sectores más postergados, pero fue haciéndose dependiente de las alianzas con liberales, colorados y otros exponentes de la oligarquía paraguaya para gobernar. Ellos terminaron parasitando la voluntad popular, expulsando al presidente y quedándose con el manejo del Estado. Más allá de las armas solidarias de la región, es el pueblo paraguayo organizado el que puede llenar de contenido la vuelta de sus banderas al sillón presidencial.

 

(Inés Barboza: 27.06.2012)

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