Hay que poner en marcha una agenda sindical que interpele a la clase trabajadora sumida en la informalidad porque el coronavirus demostró la necesidad de avanzar en democracias más participativas, donde nuestra voz tenga mayor peso.
Por Adolfo Aguirre*
El 2020 ha sido un año de resistencia, resignificación y aprendizaje. El COVID-19 ha sido un fenómeno de alcance global que ha golpeado al trabajador de manera brutal. Informes de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) muestran que la pandemia ha afectado a 2.700 millones trabajadoras y sus familias. Es una cifra que no nos puede dejar indiferentes y requiere de medidas globales de los Estados, los gobiernos y los organismos multilaterales, ya que se trata del 80% de la fuerza laboral mundial.
La OIT informa que unos 300 millones de puestos de tiempo completo se perdieron en 2020. La CEPAL alerta de pérdidas globales del PBI de alrededor de 10 puntos. Y la ONU señala que 500 millones de personas cayeron en la pobreza. Para colmo las segundas y terceras olas de la pandemia obligan a nuevos confinamientos que impiden la apertura de la economía y que profundizarán estos números preocupantes.
La pandemia ha mostrado de manera alarmante que por fuera del trabajo formal, hay un universo de precariedad que ha dejado a la deriva a millones. Revela los límites del sistema predador en el que vive el mundo y provoca que el 1% más rico tenga más poder que el 99% restante. Necesitamos de manera urgente avanzar en una nueva cosmovisión política entre la naturaleza y la humanidad. Debemos pasar de un modelo desigual a un modelo equitativo.
El COVID-19 ha puesto de manifiesto la injusticia global. Por un lado, los megamillonarios, dueños del capital, que incluso acumulan más renta en plena pandemia. Por otro lado, un clase trabajadora protegida por convenios colectivos y leyes laborales que trata de conservar su puesto de trabajo y su salario fijo, y otra gran mayoría que vive al día, de changas, sin seguridad ni derechos. Aquí reside el desafío de las centrales obreras, de los sindicatos: ¿Cómo construimos ese mundo posible y necesario basado en la justicia (palabra clave y pilar del nuevo tiempo a construir) social, cultural, fiscal, económica, medioambiental, sin fronteras y con perspectiva de género?
Nuestra hoja ruta para pensar otro mundo del trabajo debe buscar la reorganización de las cadenas de valor teniendo en cuenta el valor social y ambiental producido. En ese camino será inevitable avanzar en una tendencia que es mundial: la nacionalización de empresas, pero esos cambios no se van a dar sin voluntad y decisión política, por eso debemos amplificar nuestra voz, hasta que se vuelva ensordecedora y para ello debemos ampliar la conciencia sobre la injusticia del sistema en el que vivimos y la posibilidad de otra integración planetaria, de otra sociedad donde la dignidad y el bien común sean la base.
Es el tiempo de la ofensiva y no solo intentar retener los derechos conquistados. La pandemia nos deja como lección el papel protagónico del Estado y del sector público como garante de una vida digna. Ya no es posible un modelo de desarrollo realmente sustentable sin la existencia de servicios públicos de calidad y acceso gratuito, especialmente en lo que concierne a salud, educación, transporte y energía, son claves y esos trabajadores son más esenciales que nunca.
La pandemia también constituye un desafío para el mundo sindical, que ha respondido de manera satisfactoria defendiendo los derechos laborales y exigiendo medidas concretas a los gobiernos para la defensa y reconocimiento de la esencialidad del trabajo. Fue una característica de la clase a nivel mundial sobre el rol de los trabajadores de la salud, alimentación, provisión, cuidados, infraestructura, educación, etc.
El sindicalismo se ha puesto en la primera línea de acción contra el coronavirus, articulando con los gobiernos las medidas para frenar la pandemia y ofreciendo sus estructuras. Y, a la vez, no ha cejado en la lucha el mantenimiento del empleo y los salarios. Provoca orgullo como se plantó cara en muchos países de América Latina y el Caribe contra los intentos empresariales y gubernamentales de suspender derechos laborales y sindicales.
Hay medidas impostergables. Sindicatos que piensen no solo el corto plazo: lo salarial. Sino que pensemos a mediano y largo plazo. Cómo sindicalizamos y protegemos a la gran mayoría obligada a la informalidad, la precariedad y la explotación. Se necesitan trabajadores felices para el mundo del futuro y para garantizar el futuro con trabajos dignos y decentes.
Para nosotros en el sur global, nuestro rol es el de un sindicalismo sociopolítico con propuestas integrales de desarrollo con más justicia social, más democracia, más derechos y más trabajos decentes. Porque los empresarios nos quieren hacer creer que el mundo del futuro es con menos puestos y peores condiciones.
El cambio vendrá de los de abajo porque una enseñanza de la pandemia global es que no habrá futuro para las futuras generaciones, es decir para la humanidad, si esta sigue en manos de un 1% de propietarios. El planeta Tierra no puede ser propiedad del 1%.
*Secretario de Relaciones Internacionales de la CTA-A y Coordinador Nacional de la CNTI.