Nueva etapa, nuevo programa: integración desde los pueblos

En Cuba se debate el futuro de la izquierda latinoamericana y el combate a la derecha neoliberal: Hacia el Encuentro Antiimperialista en La Habana.

América Latina asiste a un reordenamiento de la correlación de fuerzas ante los procesos eleccionarios que tuvieron lugar durante octubre en Bolivia, Argentina y Uruguay. Ello mientras gobiernos de derecha que se encuentran cercanos a la mitad de su mandato como el caso de Piñera y Lenín Moreno, pelean por sostenerse en el poder frente a las manifestaciones populares que rechazan el programa neoliberal implementado en Chile y Ecuador. Si bien la palabra final en Uruguay la tendrá el pueblo el 24 de noviembre próximo, y aún existen ataques a la legitimidad de los comicios que dieron un nuevo mandato al MAS en Bolivia, parece abrirse una nueva etapa.

En Argentina, luego de cuatro años de un gobierno neoliberal en lo económico y profundamente regresivo en términos de libertades políticas y sociales -donde sindicatos y organizaciones populares fueron el objetivo predilecto-, que fuera punta de lanza de la derecha latinoamericana; las piezas comenzaron a reacomodarse en el tablero regional con la victoria de AMLO en México. Una victoria que, como se vio en estos primeros 10 meses de gestión, no estuvo exenta de dificultades y contradicciones. AMLO combinó durante su exitosa campaña una estrategia de outsider del corrupto sistema de partidos mexicano con una agenda progresista que clamaba “la tercera es la vencida”. Pero también añade a ella un discurso de austeridad y ajuste del gasto público, que ha provocado las esperables reticencias de los movimientos progresistas mexicanos, como también  el reclamo por políticas urgentes para acabar con la violencia en el país.

También como MORENA, el Frente de Todos tendrá la difícil tarea de equilibrar una agenda progresista en lo social y político, con un panorama económico que deja pocas alternativas para la recuperación rápida que su base electoral sueña. Esto debido al desastre provocado por el ajuste económico de Cambiemos en el país, que combinó catastróficamente la paralización de la economía vía incentivos a las operaciones financieras antes que las comerciales, aumento superlativos de tarifas que destruyeron la pequeña y mediana empresa -principal fuente de empleo en el país-, desregulación del mercado de capitales y moneda extranjera, todo ello con el declamado objetivo de desacelerar la inflación, que finalmente acabo siendo la más alta desde 1991. El saldo es más pobreza, mayor desigualdad, más desempleo y destrucción de la capacidad industrial existente en el país. La deuda más grande es la que enfrentaremos nosotros y las generaciones venideras: una deuda pública que se acerca peligrosamente al 85% del PBI y que pesará sobre nuestras espaldas atando de manos al próximo gobierno.

Si nos concentramos en lo simbólico, cultural, político y social, será necesario también desandar el camino de la desintegración regional, de la que Macri, junto a Abdo y Bolsonaro fueron punta de lanza y artífices. Congelando la dimensión social y participativa del MERCOSUR, enfocando sus cañones hacia una agenda comercial que buscó acuerdos asimétricos que hacen peligrar nuestro desarrollo sostenible. Parte de este combo fue el vaciamiento y virtual destrucción de UNASUR con el retiro de sus miembros, creando por otro lado el “PROSUR” y dando aliento al autodenominado Grupo de Lima, ariete de asedio a la República Bolivariana de Venezuela, su gobierno e instituciones, apadrinado por el Secretario General de la OEA. Esta guerra ideológica contra el discurso progresista y de izquierda se pudo observar también en la gestión educativa, migratoria y de derechos sexuales y reproductivos, con el fogoneo al unísono de discursos de odio, xenófobos, racistas y de exclusión al distinto o disidente en términos económicos, culturales, sociales y sexuales.

Durante estos cuatro años de batalla, que se dio en varios frentes, el sindicalismo de la región y especialmente el del Cono Sur no estuvo quieto ni se mantuvo indiferente. Seguimos de cerca y discutimos fuertemente las propuestas de liberalización de diversos sectores en la economía, el discurso del librecambio como el mejor camino para la inserción comercial internacional, salimos a las calles para detener la reforma laboral, resistir una reforma previsional que tenía como ultima intención volver a la capitalización individual y sumir en una miseria mayor a nuestros adultos mayores, combatimos también la criminalización y judicialización de la protesta social, que busca amedrentar a los más vulnerados para que no pueda oírse su voz.

Son varias las señales del presidente electo y el Frente de Todos que apuntan a reconstituir la agenda progresista que esperamos y eso es motivo de reconocimiento. Pero durante esta última década hemos aprendido que como movimientos populares no podemos delegar la responsabilidad de representar nuestra agenda en los gobiernos, que ellos no son los únicos que deben cumplir su promesa de volver mejores. La tarea de las fuerzas de izquierda y progresistas encarnadas en el sindicalismo y organizaciones del campo popular será no solo poner lo mejor de cada uno para contribuir al mejor desempeño del gobierno que vendrá, sino ser fieles a nuestras bases en la vigilia a nuestros gobernantes por políticas públicas y proyectos de gobierno que sean realmente populares, progresistas y democráticos.

Este camino no estará exento de discusiones, que podrán ser acaloradas y buscarán superar las contradicciones de etapas previas, como es la penetración de las grandes empresas transnacionales y su lobby en nuestros territorios, llevándose regalías extraordinarias por la explotación extractivista de nuestros bienes comunes. Queremos superar una matriz productiva primarizada, basada en el comercio de commodities, para pasar a la diversificación productiva en áreas estratégicas que permitan batir el escollo de la restricción externa y capturar riqueza que vaya del Estado al pueblo. Necesitamos producir y consumir energía y servicios públicos con suficiencia, que sean asequibles, accesibles y de calidad. No podemos seguir dejando las decisiones en manos de pequeñas minorías, nacionales y transnacionales.

No es casualidad en este sentido que, culpabilizando las protestas masivas por derechos y contra la desigualdad en Chile, el gobierno de Piñera se victimice y suspenda tanto la cumbre del Foro de Cooperación Asia Pacífico como la Conferencia de las Partes sobre el Clima en diciembre, que en su lugar será desarrollada en Madrid, en el viejo continente, a 10 mil kilómetros del destino original, a sabiendas del acumulado histórico de resistencia y lucha que tiene el Sur global, particularmente en la cuestión de la justicia climática.

Hacer oír nuestra agenda e intereses es la misión. Pero esto es imposible si no es pensado, debatido, motorizado y ejecutado desde una perspectiva regional. Creemos que en esta etapa es necesario impulsar una integración regional desde los pueblos, para que la misma sea recuperada por nuestros gobiernos y revertida nuevamente a los pueblos en pos de su bienestar. Por eso, desde 2015 fuimos parte de la marcha en la Triple Frontera que dio comienzo al reagrupamiento popular conocido como Jornada Continental por la Democracia y contra el Neoliberalismo, donde codo a codo con los pueblos de toda la región nos reencontramos y recuperamos la experiencia de resistencia que coronó el No al ALCA, diez años después. Ahora, cuatro años más tarde, estamos en la misma vereda, en el mismo lugar y fortaleciendo esta misma agenda, por eso es que la CTA Autónoma convoca y participa del Encuentro Antiimperialista por la Democracia y contra el Neoliberalismo que se desarrollará desde hoy y hasta el 3 de noviembre en La Habana, Cuba, cuna de las resistencias.

Algunos de los ejes de debate de este encuentro serán la solidaridad internacional entre los pueblos, la lucha contra las transnacionales, la descolonización y la guerra cultural, desde una perspectiva de soberanía e integración. Porque estamos convencidos de que el enemigo es uno solo y no da respiro. Si no estamos en la mesa, somos parte del menú.

*Por Gonzalo Manzullo, Director Relaciones Internacionales

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