Brasil define su futuro

La democracia brasilera se juega una parada brava. Jair Bolsonaro, arriba en todas las encuestas, parece imbatible y ninguna de las barbaridades que dice le significa costo político alguno, independientemente de que la última encuesta publicada por Ibope registró una leve disminución de la diferencia (57-43) y aumento del rechazo del candidato del Partido Social Liberal de 35 a 40 por ciento.

Tanto como él como sus hijos (que son diputados federales y senadores) han llegado a decir, en estas tres semanas luego de realizarse el primer turno electoral, desde que podrían cerrar el Supremo Tribunal Federal hasta que a los opositores le espera la cárcel o el exilio. Incluso, amenazó con la prisión a Fernando Haddad, prometió “deja pudrir en la cárcel” a Lula y anticipó que el Movimiento Sin Tierra será considerada una organización terrorista.

El blindaje del candidato ultraderechista le permitió prescindir del apoyo de los medios de comunicación tradicionales que ven en la alianza del posible presidente de Brasil un riesgo para los intereses que vienen ostentando desde hace décadas. No ir a debatir a O Globo y criticar con furia a Folha por publicar el financiamiento ilegal de empresas para instrumentar la campaña sucia vía noticias falsas en WhatsApp hubiese sido la carta de despedida de cualquier candidato con pretensiones de ocupar el sillón principal en el Palacio de Planalto. Esa variable, muy presente durante todas las elecciones desde la restauración democrática cambió rotundamente en este proceso electoral.

Pero entonces, ¿qué o quienes blindan a Bolsonaro de cara el balotaje? En primer lugar, una fuerte alianza con el poder judicial, la Iglesia Universal del Reino de Dios y las Fuerzas Armadas, estas dos últimas con un nivel de popularidad altísima en la sociedad brasileña.

El segundo elemento, mucho más difícil de desarticular, es el consenso social construido alrededor de la figura del ex capitán del ejército. El 46 por ciento de la primera vuelta no indica sino la cristalización de un estado de ánimo en la población que Bolsonaro logró canalizar y que está relacionado con, según la perspectiva de sus votantes, ser el liderazgo fuerte que se busca en tiempos de crisis, la mano dura contra la corrupción y la inseguridad, el nacionalismo perdido por la izquierda roja, la vuelta de la familia militar al centro de la escena en la toma de decisiones y la defensa de los valores morales que el progresismo abandonó frente al auge del movimiento de mujeres o iniciativas como la Ley de Matrimonio Igualitario o la despenalización del aborto. Esto, sumado al sentimiento antipetista, el cansancio por la corrupción y la profunda crisis de representación del sistema político luego de la Operación Lava Jato hizo que un elemento marginal del sistema político como Bolsonaro este muy cerca de la consagración. ¿A costa de qué? ¿Es Bolsonaro un representante de un nuevo autoritarismo regional que devalúa la democracia latinoamericana?

Sus dichos hacen pensar que si, pero la posibilidad de que se modere al llegar al poder también está presente. El dato saliente es que a cuatro días de las elecciones, la radicalidad sigue siendo la línea de intervención en el proceso electoral. Estados Unidos, Israel y los gobiernos de derecha de la región legitiman con su silencio y su buena relación este tipo de actos mientras se prepara un escenario muy cuesta arriba para las expresiones disidentes. Tal es así que Mauricio Macri, el Jefe de Estado de Paraguay, Mario Abdo Benítez y su par chileno, Sebastián Piñera, conversaron telefónicamente con el ultraderechista como si este ya hubiese obtenido la victoria. Dos de tres de los miembros plenos del Mercosur y uno de cuatro de la Alianza del Pacífico ya le dieron la bendición a pesar de sus declaraciones. ¿Se imaginan si Nicolás Maduro o Evo Morales hubiesen dicho que la suerte de los opositores son la cárcel o el exilio?

Bolsonaro podrá hacer lo que quiera en la medida que acuerde con sectores del poder internacional y local. En el plano global, el sistema de relaciones estará alineado con Estados Unidos e Israel (en parte la alianza con los evangelistas está relacionado con esto) pero se definirá una vez que el bloque de poder oriente su política económica, es decir, del resultado de la interna entre militares nacionales y el neoliberalismo de Paulo Guedes. Luego de ella se podrá saber, por ejemplo, qué quiere Bolsonaro del MERCOSUR. De todas formas, como viene la mano, no pinta una postura muy amiga del multilateralismo y eso no es una buena noticia para la Argentina de Macri que confía en los beneficios de la globalización. Los representantes de las empresas no responden al bloque globalista (que se encuentra en retroceso en el actual orden mundial) sino que se encuadran en los polos de poder que están apoyando a Trump. Por ejemplo, el CEO para América Latina del banco estadounidense Bank of America (representantes de Goldman Sachs en Brasil), la telefónica TIM (perteneciente a Telecom Italia), el director del banco español Santander, el titular del Banco Central, IlanGoldfajn (ex FMI y ItaúUnibanco) y Sergio Eraldo de Salles Pinto, socio del fondo de inversiones Bozano. Esta línea directa entre Washington y Brasilia anticipa una relación estrecha entre ambas administraciones.

En el plano interno, además de las tensiones entre militares y Guedes, Bolsonaro tendrá que negociar con el poder judicial que buscará conservar el poder que, paradójicamente, el PT le permitió acumular y controlar cerca del 2% del PIB, cuando en el mundo entero normalmente es el 0,6 por ciento. A su vez, como el contrapeso para confrontar con los medios hegemónicos de comunicación, aparece la Iglesia Universal del Reino de Dios: un gigante con ganas de seguir creciendo.

A diferencia de Donald Trump, Bolsonaro ni es un outsider ni tiene una estructura tradicional como la republicana que lo sostenga. El partido que lo lleva como candidato apenas tiene representación en el parlamento y ha  navegado en la intrascendencia desde que se registró en el Tribunal Superior Electoral en 1998. La única forma de confrontar con la estructura partidaria tradicional y los medios masivos de comunicación será con la nueva troika (justicia, Iglesia Universal y Fuerzas Armadas) como base de sustento, que estará sujeta a las concesiones que Bolsonaro esté dispuesto a dar. De lo contrario eso será imposible y su cuenta regresiva comenzará una vez que asuma.

El PT ante la urgencia de pensar estratégicamente

En caso de dar vuelta la tendencia, el Partido de los Trabajadores estará muy condicionado. Un parlamento atomizado y con necesidad de acuerdos, militares envalentonados, una disputa frontal entre evangelistas y el sector de la Iglesia Católica que se referencia en el Papa Francisco que hoy tiene un acuerdo táctico con el PT y un poder judicial sediento de sangre. Gobernar Brasil en este contexto será más complejo que el tramo más difícil del mandato de Dilma Rousseff.

Por otro lado, si tuviera que oficiar de oposición, la complejidad se trasladará al sentido autoritario con el que Bolsonaro llevará a cabo su gobierno. El PT tiene por delante, aún en caso de obtener una victoria, el desafío de vertebrar la reacción que la ultraderecha está provocando incluso antes de ganar oficialmente.

El frente por la democracia no puede ser una decisión coyuntural para ganar una elección sino que debe ser la estrategia del amplio espectro progresista para la etapa que se viene. Allí deberán confluir mujeres, partidos de izquierda, socialdemócratas, grupos religiosos, sindicatos, movimientos sociales y todos aquellos que consideren de suma urgencia la construcción de una base de sustento que pueda discutir por abajo el consenso alcanzado para que Bolsonaro esté en el lugar en el que está.

El poder judicial le dio el tiro de gracia al sistema político provocando un terremoto que agigantó a Bolsonaro y pone en riesgo la democracia en un país que supo ser modelo para progresistas, socialdemócratas e, incluso, liberales. Las fuerzas de la democracia en general pero el PT en particular,  tienen el rol histórico de recomponerla, pase lo que pase el domingo.

*Por Augusto Taglioni, Periodista especializado en Política Internacional y Director de Resumen del Sur

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