Durante esta semana, nos enteramos del intento, fallido, de golpe de Estado en Turquía contra el gobierno del Presidente Erdogan. Si bien el golpe estuvo motorizado por un sector amplio del ejército, este no tuvo la fuerza suficiente para derrumbar al gobierno, en especial por la masiva participación popular en las calles, confrontando directamente con los tanques.
El gobierno turco no tiene ninguna afinidad con las organizaciones sindicales y políticas hermanas nuestras, y de hecho ha tenido una política represiva contra los trabajadores en diferentes instancias.
Sin embargo, no tenemos que perder de vista que la forma de resolver los ataques de gobiernos autoritarios no es mediante golpes de estado, sino profundizando la lucha democrática, en las calles.
Quienes realizaron el golpe en Turquía no tienen ningún interés en profundizar la democracia, ni siquiera mencionar cuestiones de vida para los trabajadores y sus organizaciones. Estamos ante un enfrentamiento de cúpulas en las cuales los trabajadores no están en la ecuación de ninguno.
Lo ocurrido en Turquía recuerda a lo que aconteció con la votación del Reino Unido para salir de la Unión Europea. En ambos bandos, el de quedarse y el de la opción por salir, fueron los grupos de derecha quienes controlaron las opciones.
Los trabajadores y sindicatos no tuvieron espacio para expresar las principales demandas: crítica a la UE y sus instituciones a favor de los grandes capitales financieros; pero también una crítica certera hacia la derecha xenófoba que lideraba la campaña por la opción de salir de la UE. El debate en el Reino Unido se transformó en un debate de las elites.
Sumado a estos dos hechos, las elecciones presidenciales en Estados Unidos nos muestran hasta dónde las democracias occidentales han sido cooptadas por el capital, dejando de lado instancias de participación popular y de representación política por parte de los sectores populares.
Tanto Donald Trump como Hillary Clinton son la representación de una elite que sólo por demagogia electoral se atreve a mencionar derechos de trabajadores.
Estos tres hechos recientes, y podemos agregar el golpe contra Dilma en Brasil, nos demuestran que debemos defender nuestras democracias que tanta sangre y esfuerzo nos costaron construir. Pero no podemos defenderlas «como están».
Tenemos que defenderlas desde la convicción que sólo una profundización de los debates democráticos y la participación popular van a permitir mejorar la vida de nuestros pueblos.