La “crisis migratoria” a la cual estamos asistiendo es una arista más de un problema global. Global en sus causas, global en sus consecuencias.
La foto del niño sirio en las costas de Turquía que recorrió el mundo entero permitió tristemente ponerle cara y cuerpo a una realidad que desde hace ya algunos años veníamos contando con números de dos y tres cifras por cada naufragio. Lo que antes eran sólo números se conviritió de repente en vidas humanas, en historias, en familias que sufren la múltiple condena del destierro, de la peligrosa travesía en el mar y de la difícil acogida de los países receptores, si es que consiguen llegar a destino.
Pero volvamos a los números, que aunque más fríos, son más elocuentes. Según fuentes europeas, en lo que va del 2015 más de 500.000 personas han llegado a las fronteras de la Unión Europea para pedir resguardo, más del doble de la cantidad que han llegado en el mismo período del 2014. En su gran mayoría lo hacen atravesando el Mar Mediterráneo, que hasta septiembre de 2015 se cobró la vida de 2.800 personas según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
La cantidad de desplazados que elijen como destino la Unión Europea, aunque importante, resulta ser sólo el 10% del total. El 90% restante, que proviene de Siria principalmente, se distribuye entre los países limítrofes como Jordanía, el Líbano, Turquía. Tan sólo este último país abosrbió más de dos millones de los cuatro millones de desplazados sirios.
Esta cara de la moneda, permite también pensar, que más allá de las diferencias poblacionales de cada uno de los países, es distinta la respuesta que se da a las personas según se trate de países europeos o no. También es distinto el impacto en los medios de comunicación de estas realidades. Lo que es planteado como una crisis producto de un afluente excesivo de inmigrantes en los países europeos no permite ver la complejidad del problema.
Por un lado, que la verdadera crisis no está localizada en los países europeos que no saben como “contener” a los migrantes que llegan en busca de asilo y de un futuro (mejor). La verdadera crisis la están padeciendo los países como Siria que se ven inmersos en una guerra civil que ya causó más de 250 mil muertes desde el 2011, y que desvastó virtualmente al país. Con la “la primavera árabe” de principios del 2011, el pueblo árabe comenzó a levantarse en contra de los gobiernos que estaban anclados en el poder durante décadas. Pero esto no puede entenderse sin el apoyo que brindaron importantes países europeos amparados en sus intereses geopolíticos y económicos para poder, como en el caso de Libia derrocar a los líderes con la intervención de la OTAN.
Es entonces en Siria y en otros países de Medio Oriente y África donde hay una verdadera crisis humanitaria, y no en los países europeos que deberían acoger a los miles de personas que intentan sobrevivir y darle un futuro a sus familias.
Aquí aparece otro punto importante, y es la cuestion del trabajo. Producto de la necesidad de supervivencia, es que muchos de los migrantes que huyen de la guerra y de la miseria económica tanto de Siria como de diversos países africanos, tienen una importante funcionalidad para los países receptores en términos económicos y laborales, pues son ellos quienes terminan trabajando en los sectores de mayor informalidad siendo víctimas de la desprotección social y de condiciones de trabajo precarias. La actitud de Alemania, quien anunció una importante recepción de refugiados, puede entenderse no solamente por la buena voluntad de su población y del gobierno sino por la conciencia de la necesidad de mano de obra adicional que tiene una de las economías más fuertes del mundo.
Otro punto alarmante es el aumento de la xenofobia y de los discursos racistas. El tratamiento que hacen los medios de comunicación, fomentados por intereses políticos, de lo que pareciera una “invasión” de inmigrantes, alimenta los discursos racistas y de extrema derecha que se están propagando en toda Europa con Hungría a la cabeza, pero donde no se quedan atrás otros países.
Decíamos que la “crisis migratoria” es una arista de un problema global, ya que se trata de un problema político, económico y social, producto de deciciones políticas que involucran no sólo a los países árabes, a sus gobiernos y a los grupos terroristas que vinieron después, sino a las principales potencias mundiales entre ellas Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea, y que podemos situar el comienzo, en el corto plazo, a inicios del 2011 con la primavera árabe y la caída de varios líderes de la región.
Decíamos que las consecuencias son globales, porque afectando principalemente a todos aquellos que se ven en la necesidad de partir y de emprender una peligrosa travesía, se está abriendo la vía para nuevas intervenciones militares, por ahora de Francia y de Inglaterra, y quién sabe si en breve de la OTAN. Además de que está teniendo un claro impacto en decisiones políticas a diferente escala, en políticas migratorias represivas, en una escalada de la xenofobia y de posturas de extrema derecha que son, por lo menos, preocupantes.
Decimos, entonces, que las soluciones deben ser globales e integrales, donde se pongan sobre la mesa todos estos factores y principalmente las soluciones de fondo para abordar este complejo problema. Donde se incluya la toma de responsabilidad de todos los actores involucrados . Donde se ponga fundamentalmente al centro del debate el respeto de los derechos humanos más fundamentales de todas las personas. Y, para la cuestión migratoria en particular, como decimos desde la CTA- A, a través de la Plataforma de Desarrollo de las Américas (PLADA), donde se garantice el derecho a migrar, a no migrar, a permanecer o a retornar dignamente.