La noticia del naufragio de otro barco repleto de personas que buscaban llegar a suelo europeo parece no sorprender. Tan sólo en lo que va del año, 1750 personas murieron tratando de cruzar el mar mediterráneo con la esperanza de poder encontrar un futuro mejor o al menos algún futuro.
La mayoría de estas personas (hombres, mujeres, niños) son migrantes que intentan escapar de un escenario de guerra, conflicto y hambre en sus países. No hace falta aclarar que se van no por espíritu aventurero, sino con el objetivo de salvar sus vidas y las de su familia.
No sólo estadística y cuantitativamente la situación se agrava en los cálculos prospectivos interanuales de las organizaciones especializadas, sino que hablamos de personas, vidas humanas que en mayor medida se pierden en la indiferencia y la inacción, así como en los recortes presupuestarios y en la xenofobia europea.
Esta vez se trató de más de 800 personas que naufragaron en el Canal de Sicilia, cuando trataban de llegar a costas italianas desde Libia, uno de los puntos geográficos más apto para cruzar.
Recordemos que una situación similar de desconcierto e impotencia llegaba a nuestros oídos hace año y medio atrás en relación a dos naufragios sucesivos en octubre de 2013 que se cobraron la vida de hombres, mujeres y niños en las costas de Lampedusa. De allí a hoy, las políticas para contener las vicisitudes en materia migratoria se han contraído en lugar de expandirse, sobre todo en cantidad de navíos que se destinan al salvataje, recursos humanos y fondos.
Al entrar en el tema, escuchamos a aquellos que debaten sobre si la responsabilidad la tuvo el capitán, si la causa son las ya ancladas redes comerciales que trafican ilegalmente personas, o si se trata solamente de una sobrecarga de los barcos.
Pero las razones van mucho más allá. La tragedia de los migrantes es la consecuencia de decisiones políticas que se han implementado desde los centros de poder sin sopesar el costo que tendría para los pueblos de los países más afectados por las guerras civiles, el hambre y la pobreza.
Están las razones más profundas que podrían explicar esta situación y el por qué de la huida de migrantes que se lanzan a cruzar las fronteras sin importar las condiciones y están aquellas más cercanas que sirven para explicar cómo se economizan los fondos que podrían utilizarse para poder por lo menos prevenir los naufragios. Tanto unas como otras razones tienen que ver con los mismos responsables, con aquellos que toman decisiones o eligen no tomarlas, y con ello signan el futuro de miles.
Con la “la primavera árabe” a fines del año 2010 y principios del 2011, el pueblo árabe comenzó a levantarse en contra de los gobiernos que estaban anclados en el poder durante décadas. Como sucedió en Túnez, Siria y Libia. Pero esto no puede entenderse sin el apoyo que brindaron importantes países europeos amparados en sus intereses geopolíticos y económicos para poder derrocar a los líderes. El caso de Libia es emblemático. Luego de la intervención militar europea por parte de la OTAN en marzo del 2011 y de la caída de Mouammar Kadhafi el país vive en un permanente caos y guerra civil. Las poblaciones civiles se encuentran entonces siendo rehenes de diferentes poderes que poco o nada hacen para garantizar condiciones mínimas de vida, y se encuentran por ello sumidas en una guerra continua y en el caos social, político y económico. Parte de ellas elijen partir y es allí donde se encuentran con las complejidades de una política migratoria restrictiva que no sólo no está a la altura de las circunstancias sino que se desliga de las responsabilidades que le competen.
La política migratoria europea tiene como eje central la seguridad de sus fronteras y no una mirada humanitaria respecto a los migrantes que sin otra opción deciden dejar sus países de origen, producto de los conflictos internos, la miseria y la amenaza del Estado Islámico.
Desde los andamiajes institucionales la respuesta fue la convocatoria a una reunión extraordinaria del bloque europeo. Así, las miradas intentan ser dirigidas a una cosmética reunión en Luxemburgo para “discutir cómo frenar a los traficantes de vidas humanas”. Lo más lejos posible de las cámaras y de los sobrevivientes que ven pasar cadáveres de sus compatriotas sin saber aún cuál será finalmente el lugar a donde las autoridades los deriven.
El resultado de la reunión fue un sucinto plan de diez puntos orientado a duplicar el tamaño y el financiamiento de la actual operación europea “Tritón”, enfocándose en la vigilancia, captura y destrucción de navíos utilizados para el transporte ilegal de migrantes. Lo que aún la ubicaría como una iniciativa naval más pequeña y agresiva en relación a su predecesora cancelada el año pasado por su costo y la oposición local a unos rescates que podrían “animar” a que crezca la emigración. La precedente operación “Mare Nostrum” se financiaba con 9 millones de euros mensuales a cargo de Roma y contaba con una flota de una decena de buques y 900 hombres, capaz de alejarse hasta 172 millas de las costas italianas.
En aquél momento, cuando se puso fin en octubre pasado a la operación de búsqueda y rescate «Mare Nostrum» -tras un año de funcionamiento durante el que salvó miles de vidas-, la Acnur predijo el actual «escenario» de tragedias de inmigrantes ahogados en el Mediterráneo. De modo que no es bajo ningún aspecto una problemática inesperada o imprevista.
Las palabras del ministro del Interior alemán, Thomas de Maiziere, reflejan el estado de la opinión que abogó a concluir con “Mare Nostrum”:
“Si sólo organizas una búsqueda y rescate, los criminales que suben a los refugiados a bordo enviarán más barcos». La iniciativa del bloque europeo es transparente: no empeorar la crisis animando a más migrantes a arribar. El interés es deslindarse de las responsabilidades, sin importar la crisis humanitaria árabe-africana, la situación de pobreza, la violación de libertades. Ese parece ser el límite de la voluntad política de los Jefes de Estado.
Se trata de intentar detener un problema estructural con una solución material y coyuntural, carente de intervención desde una óptica humana y social. Con dispositivos que visan a optimizar el rendimiento de los escasos recursos destinados a evitar muertes en el mar, sin abordar de manera integral y profunda una problemática que tiene claras raíces políticas, que van desde el por qué de la emigración, hasta cuáles son los mecanismos de recepción, asilo e integración de las personas migrantes.
Reducir las cifras de muertos que pueden perjudicar la imagen y el margen de maniobra de los países europeos receptores de migrantes así como la estabilidad de la política interna; aquella es la meta europea.
Se vuelve imperativa, entonces, una reflexión más profunda del caso, no como un hecho extraordinario, sino como parte de un fenómeno instalado, que remite a causas estructurales vinculadas a perpetrar la injerencia política europea por intereses económicos y geopolíticos en la región, sin asumir como contrapartida la responsabilidad por los costos humanitarios. Respuestas sencillamente más profundas que el maquillaje político de último minuto.
* Equipo de Comunicación de la Secretaría de Relaciones Internacionales de la CTA